Como chiquilla enamorada de su muerte


Salome De Los Rosales estaba sentada en un banco frente al mar, con la mirada perdida y el alma entre las manos, sin saber muy bien que hacer con ella. Divisó en el horizonte su infortunio destino, y con el sabor amargo en sus labios permitió perderse un momento en la brisa brusca que acariciaba su piel. Había elegido específicamente el más alejado lugar del malecón de Santo domingo, donde el ruido del tráfico no llegaba a oirse ni por sospecha, y el sol a esa hora de la tarde se acomodaba para irse a dormir. Era un miércoles turbio, se podía sentir en el aire, pero a pesar de esto Salome De Los Rosales pudo apreciar el color rosa naranja que apareció en el cielo, como si él conocía sus intenciones y le regalaba un último suspiro con sabor a ocaso. Al cabo de unos minutos se sorprendió sumergida en sus más oscuros pensamientos, transportada a un rincón lúgubre de su cabeza, al que visitaba con frecuencia. Sacó de su bolsillo una navaja, las lágrimas recorrían sus mejillas con una velocidad elocuente, hasta que su desesperación fue incrementando en su sollozar. Mientras temblaba cortó su muñeca izquierda en dirección diagonal, ejerciendo la fuerza suficiente para detonar una bomba de tiempo. Repitiendo los pasos en el brazo derecho, aún temblando, y llorando con rabia, notó que además de la sangre que ya empezaba a recorrer todo su cuerpo, de sí emanaba toda la furia y el dolor que llevaba dentro. Pronto dejó de llorar y sintió alivio, y respirando más lento camino hacia la orilla encontrándose cara a cara con su consumación. Pareciera que las olas la llamaban desde el infierno, y el sonido del choque contra las rocas fueran alabanzas a su deceso. Cortejandola de alguna forma, el mar exigía lo que era suyo, sólo movilizó su cuerpo a la orrila de la costa, y todo lo de más fue. La brisa con toda su fuerza la empujaba, el ritmo del cabrilleo la introdujo en un transe, y como chiquilla enamorada de su muerte, dejó su cuerpo tambalear hasta caer en el brazo de mar que la destruyó casi por completo, liberando así su alma hacia lo que <quizás> es un nuevo comienzo o simplemente un triste final.

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